viernes, 24 de febrero de 2017

Mi parto

Tengo una amiga que salió de cuentas hace ya un par de semanas y el niño parece que le cogió gusto a eso de estar al calentito. Como el nacimiento puede ser ya cualquier día pues me acuerdo de ella frecuentemente.
Cuando alguien en mi entorno va a tener a su hijo hace que recuerde mi propio parto.
Es la experiencia más brutal, animal e instintiva que he vivido. Y reconozcamoslo, también la más dolorosa. Un parto duele. Y mucho. Pero es el único dolor que no me importaría repetir.
Yo comencé con contracciones no dolorosas una tarde. A la noche continuaban. No dolían, pero me molestaban. Cada cinco minutos se me ponía la barriga dura de forma intensa. A las nueve de la mañana del día siguiente decidí ir a urgencias de gine, sobre todo para que comprobasen que el niño estaba bien dado los antecedentes de bradicardia que había hecho.
Me pusieron en monitores. Primera contracción y ya una bradicardia tremenda.
Ya me quedé ingresada. Estaba en la semana 38. Pasaron un par de días y la cosa no iba para adelante ni para atrás. Yo seguía con contracciones regulares no dolorosas que no parecía que hiciesen nada y la monitorización de Retoño era normal.
Y yo creo que ya no sabían que hacer conmigo y al final un viernes 7 de marzo decidieron ponerme unas prostaglandinas.
Yo lloré, porque no quería que naciese si aun no estaba preparado. También lloré porque yo ya no podía más con un embarazo en el que me dijeron que lo podía perder porque estaba totalmente envuelto en su cordón. En cualquier momento sería doloroso perderlo. Pero llegado a este punto una parte de mi necesitaba que saliese a respirar por sí solo. Sólo quería lo mejor para él.
Al cabo de unas horas empecé con unas contracciones muy dolorosas. Pero me dijeron que era efecto secundario de las prostaglandinas. Que lo que estaba sintiendo no tenía nada que ver con un parto.
Sobre la 1 de la mañana comencé a vomitar. Del dolor. Pensé que si este dolor no tenía que ver con el de un parto no quería ni imaginar como iba a ser.
De forma regular me pegaba una contracción que me dejaba doblada. Y entre contracciones me quedaba dormida.
Como había pedido que me dejasen el monitor puesto y la frecuencia del bebé era normal pues yo estaba tranquila y tampoco se me ocurrió avisar a la matrona.
Sobre las 5 de la mañana vino una auxiliar y me dijo "te voy a avisar a la matrona para que te explore que te escucho quejar" y yo le contesté "que va, no la avises, que no estoy de parto".
No me hizo caso, claro, y vino la matrona. Me exploró y tenía una dilatación de 6 centímetros. Me preguntó si quería la epidural y dije que no. Sabía que Retoño iba a necesitar toda la fuerza para nacer.
Al poco rato noté una especie de burbuja en la barriga y rompí la bolsa. Fue la sensación más extraña del mundo. Estaba empapada en líquido amniótico. El líquido que rodeaba mi bebé. Era claro y tenía un olor maravilloso.
A partir de ahi las contracciones se hicieron cada vez más frecuentes y mucho más dolorosas. Yo las notaba a cada minuto. Y no aguntaba estar boca arriba.
En todo momento respetaron la posición en la que yo quería estar.
Mis recuerdos a partir de ahí ya son difusos pero recuerdo una sensación de ambiente de calma y poca intervención.
También recuerdo que me concentraba en pensar en una bola azul cuando el dolor era intenso.
Luego me pasaron a paritorio cuando noté que quería empujar. Para mi eso fue lo peor. Vi la zona de atención a los bebés en caso necesario y me desconecté de mi estado interior. Ya no notaba la contracción como antes.
Así que el periodo expulsivo fue lo más complicado. Hubo un momento que parecía que no iba a aguantar más el dolor. Recuerdo decir que no podía más. Y una sensación de fuego abrasador en el periné. Retoño no daba descendido.
Ya llevaba casi dos horas empujando. El gine dijo que un intento más y si no salía se ocupaba él.
Y ahí, en ese último esfuerzo, logró nacer. Agotado. Sin respirar. Sin llorar. Lo tuvieron que reanimar. Pero a los cinco minutos estaba recuperado y me lo dejaron ver. Recuerdo sus ojos de extrañeza. Pequeñito. En un mundo distinto. Esto fue lo más difícil, que luego se lo llevaron a neonatos.
Y ahora pienso en esas horas de dilatación, a oscuras, salvajes, acercándome a lo que más quiero, dolorosas...y me encantan. Aunque parezca increíble, unos de los mejores momentos de mi vida.

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