sábado, 26 de agosto de 2017

Un mal día (lo tiene cualquiera)

Hay días que se te hacen bola. Como si intentases tragar un trozo de carne imposible de masticar.
Empezamos la mañana comprando un regalo para un cumpleaños de la tarde. A prisa y a última hora (que siempre hacemos así las cosas y no me gusta nada). Dando mil vueltas por la juguetería, que encima es enorme, por lo que me acabé fijando en un montón de juguetes para la edad de Retoño pero con los que él no es capaz de jugar. Y me entró bajón. Que no sé por qué me pasó esto, nunca antes me había sucedido.
Cuando salí con el regalo ya comprado me sentí mejor. Pero ya me dejó tocada para el resto del día.
Por la tarde me fui al cumpleaños con Retoño, sin Mihombre que hasta más tarde no podía acercarse.
Y allí todos los niños correteando. Y Retoño sujeto a la silla. Lo intenté poner en el suelo pero como era rugoso no le gustó.
Luego se fueron a hacer la busqueda del tesoro, que al final hay una piñata con regalitos. Y a Retoño ya nadie le tuvo en cuenta. Que yo sé que el no tiene conciencia de esto. Pero su madre, yo, que sé que es un niño que le hace gracia tirar de un cordón, si tiene conciencia de lo que se pierde su hijo.
Y es muy triste, joder. Estar en una esquina con él. Porque es tan distinto que a lo mejor ya nadie recuerda que es un niño y yo la madre de un niño.
Luego estaba mi cuñadísimo haciendo de pitoniso sobre un tema de Mihombre. Pero pitoniso para mal. De los pesimistas.
Llego un momento que me tuve que ir. Porque quería llegar a mi casa y sentirme a salvo. Porque si seguía allí me iba a echar a llorar.
Que igual soy yo que estoy sensible. Que es todo subjetivo. Lo sé. Pero yo lo estaba pasando realmente mal.
Y me marché.
Llegué a casa con Retoño llorando. Que parece que no nos cortaron el cordón umbilical.
Bajé la silla de ruedas del coche pero no lo senté en ella. Lo llevé en brazos mientras con la mano libre empujaba la silla.
Y aquí fue, cuando un simple hecho, simple pero enorme, me alegró el día: entré en el portal y una voz super alegre nos dijo ¡hola! Miré y había un niño de unos 11 años (1 año arriba o abajo) que creo que vive en el entresuelo y sin dejar de sonreir me dijo "¿quieres que te ayude?"
Casi le doy un abrazo. Al momento apareció su madre y le dije que tenía un hijo muy amable, que era la primera persona que sin conocerme se ofrecía a echarme una mano.
Y así es como en 30 segundos puede cambiar el concepto de un día entero.

domingo, 13 de agosto de 2017

A un corazón abierto

Esto es para una persona que me abrió su corazón. Y eso siempre es de agradecer.
- La culpa, sobre todo cuando no es real, no sirve de nada. Tenemos que estar continuamente tomando decisiones y según los datos que tenemos en ese momento, actuamos, creyendo que es lo mejor para nosotros y lo que nos rodea. Y a veces las cosas suceden porque sí, porque no hubiesen podido ocurrir de otra manera. No tenemos el control sobre todo. Hay cosas que se escapan de nuestra decisión.
Un día tienes que plantarle cara a la culpa. Decirle que no te ayuda y que sólo te frena. Y que no tienes ganas de tenerla al lado complicándote la existencia.
- Por mucho que queramos a nuestros hijos, no nos tiene porque apetecer estar todo el día con ellos. Igual que no nos apetece estar todo el día pegados a nuestra pareja o a la familia o con los amigos. Pues con los hijos igual. Es normal querer un tiempo para nosotros. Y no por ello dejamos de ser padres entregados.
- A veces la vida es perra. Lo único que podemos hacer es ponernos a su altura y ladrar más fuerte.
Sin quedarnos a esperar que nos traiga alegrías. Porque igual no lo hace o tarda demasiado. Es mejor buscárnoslas  nosotros mismos.
- No esperes a disfrutar. El "haré esto cuando...." "Ahora no es el momento"... Solo paraliza. La única certeza que tenemos es el presente. Piensa lo que te apetece y hazlo. El momento ha llegado. Bastante llevas esperando.
- Las ganas de llorar no son malas. Lloramos por necesidad desde que nacemos. Va innato con nosotros. Tampoco es malo estar triste. Eso luego te hace apreciar más los buenos momentos.
- Hay que perder el miedo a la realidad. Porque las cosas tengan un nombre u otro no son mejores ni peores. A una persona no se la puede etiquetar. El valor que tiene tu hijo se lo das tu. Lo demás son meros trámites.
- Tu también cuentas. Parece que se te haya olvidado. Di lo que quieres.
- El pasado tiene que servirnos para aprender. Pero no hace falta tenerlo todo el rato presente.
- El futuro es incierto. Preguntarse todo el día qué vamos a hacer no sirve de nada. Lo único que sirve es conocer las opciones disponibles para llegado el momento tomar una decisión.

Vive. Disfuta. Desconecta. Sólo vamos a estar aquí una vez.


jueves, 10 de agosto de 2017

La silla de ruedas

Pues ha llegado el día. Nos han dado silla de ruedas.
Que yo entiendo que Retoño va mejor colocado, que es lo mejor para él.
Que ya llevaba tiempo sabiendo que se la iban a dar. Que la iba a necesitar.
Que la silla de ruedas la hacen a medida y que  mientras se la fabrican tienes un tiempo para hacerte a la idea.
Que tienes muy asimilada la situación motora de tu hijo.
Pero con todo esto, el día que te la entregan, llegas a casa y te sientes así como ¡plof!
Porque piensas que las únicas ruedas a mayores que te gustaría que tuviese tu hijo fuesen los ruedines de la bici.
Y te da miedo la primera vez que salgas de casa con la silla. Porque sabes que las miradas de la gente van a ser distintas.
Me entraron así como ganas de llorar. Pero no lloré. Porque me dije a mi misma que sólo era una silla.
Y luego pensé en la cara de susto que le iba a entrar a mi madre.
Y una amiga me llamó y me preguntó que cómo estaba, que a ella cuando le dieran la silla de su hijo llorara todo el día. Y agradeces que alguien se preocupe por como te sientes en ese momento. Porque es un momento de mierda. Y quieres quejarte de tu momento de mierda.
Retoño, que ayer iba en una silla de paseo como la de cualquier niño, ahora va en una silla de ruedas.
Y ya hemos salido a la calle. Y las miradas cambian. Ahora son esquivas. Y un niño le preguntó a su madre "¿por qué ese bebé va en silla de ruedas?" (Retoño parece más pequeño de lo que es) y la madre tiró de él como si los persiguiese el diablo.
Y suspiras. Y piensas, pues nada, a acostumbrarse.
Pero que no es todo tan malo. Retoño va sentado perfectamente. Es lo mejor para su espalda. Sigue yendo feliz de paseo. He escogido un color muy molón de la silla. Es ligera y coge bien por cualquier sitio.
Y es solo una silla. Retoño sigue siendo el mismo.